10 julio, 2016

El Embarazo en Venezuela (Pt. 2)

Ahora veamos un ejemplo de venezolana que, a pie, no anda mucho.

Asumamos que tiene algunos meses de embarazo, suficientes para que la barriga comience a cambiar su centro de gravedad. Asumamos que está felizmente casada, trabaja, tiene carro y no hace cola, sino que su mamá o alguna tía le hace el favor, señora de servicio de por medio, de conseguirle los productos regulados en aquellos lugares donde la regulación no alcanza. Esa misma señora de servicio le lava la ropa -suya y de su esposo- en casa de la mamá. Como quien dice, preocupaciones tiene muy pocas.

Ella llega a su oficina en la mañana, vistiendo algo que la ayuda a sobrellevar con gracia su incipiente gravidez, pero aún con tacones. Mientras trabaja y toma un té verde escucha a las secretarias conversando con los motorizados conversando con los mensajeros conversando con los vigilantes conversando con las señoras de la limpieza... Durante todo el día, seis horas de trabajo y dos de almuerzo, el tema es el mismo: lo que subió de precio, lo que ya no hay, lo que ya no alcanza; que a una le mataron al sobrino, que a la otra se le murió la tía por falta de atención hospitalaria, que a la de allá no le han pagado la pensión y lleva dos semanas comiendo pura sopa. Si conversa con sus colegas, también se repite un mismo son: el precio del dólar, se le metieron en la casa al tío para robarlo, secuestraron al cuñado de este para cobrar rescate, pilas con la camioneta que las andan cazando, mosca cuando abra y cierre las rejas del edificio, mire bien al que tiene al lado que usted no sabe, no confíe en nadie y menos ahora que va a traer una vida al mundo -pobrecito, él no pidió nacer...

Total que se queda las últimas dos horas dentro de su cubículo, engullendo chocolates a escondidas. Si llama a su mamá, la cantaleta es la misma; si llama al esposo, va a contestarle la secretaria -mosquita muerta al mejor estilo de Venevisión- la mordida de los celos no va a dejarla en paz hasta que arme un lío por cualquier cosa. Revisa por enésima vez la lista de los colegios para el bebé, cuyo sexo desconoce aún, y recuerda que tiene entrevista el viernes a ver si ella, y por consiguiente el niño, es aceptado.

Suspira y decide irse temprano. Llega a su casa adelantada y aprovecha para darse un baño y embadurnarse en cremas antiestrías, antienvejecimiento, antiengorde, anti todo. El esposo llega cansado, se hecha a ver las noticias. Todo lo que escuchó en boca de chisme durante el día se repite en el monitor. Mientras prepara una cena sencilla aventura un pensamiento en voz alta, "¿amor, y si nos vamos del país?".

La casa se prende en candela, porque ella cree que la plata crece en los árboles, aunque él no la saca desde hace meses, pero es que la situación no está para andar saliendo, y ya que estamos tampoco la toca desde hace meses, y ya sale ella con el tema otra vez, tú como que tienes un jujú con la secretaria, a no, es que el embarazo la está volviendo loca... El marido se va de la casa molesto y la deja con la cena en la mesa, la palabra en la boca y un bebé retorciéndose de disgusto en su vientre.

Y si llama a la mamá va a decirle que así son los hombres, que lo deje quieto, ya verá como se le pasa. Y ella pensará, sin decirlo, y a mí ¿cuándo se me va a pasar?


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