Se nos va la vida señores.
Se nos va la vida y no entendemos por qué cae la lluvia, y por qué ladran los perros, y por qué tememos a la oscuridad.
Y entender esas cosas no hace que la vida no se nos vaya, pero logramos quitarle un gran mordisco antes de que termine de apagarse la luz.
En estos momentos cae una lluvia torrencial, se me moja el piso que limpié hoy, se empapa la ropa tendida recién lavada, se ensucia de barro la perra que bañé ayer. Y me siento tentada a pensar que es a propósito. Miro al cielo y cierro el puño y pregunto "¿qué hice yo, entonces? ¿qué me quieres decir?".
Claro... Nadie responde, porque nadie está tratando de decirme nada. Llovió y eso es todo. Llovió cuando no me lo esperaba y se perdió el trabajo que había hecho. Y no es culpa de nadie. Pero... a que a veces es difícil perdonar al cielo, aunque él no tenga la culpa...
Mejor tomarse un cafecito caliente, y ver las gotas caer de las sábanas limpias al piso, del techo a la grama; ver a la perra sonreir y menear la cola como un parabrisas sobre el barro, dejar que la tarde pase y la luz destiña y que hoy se convierta en ayer. No más preguntas existenciales para las que nadie tiene respuesta, no más temer a que se acabe el tiempo, porque el tiempo, señores, es la misma eternidad.
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