30 julio, 2016

Opinión N° 6: ¡A-zú-car!

Me pasó algo curioso hoy.

No que a nadie le importe, pero igual lo cuento, por si a alguien le suena interesante.

Una pista: No tiene nada que ver con Celia Cruz.



Sucedió que me encontraba en un terminal de autobuses del interior, a eso de las ocho de la mañana. Mi pareja (este ciudadano) y yo nos habíamos llevado un desayuno abundante y delicioso cuyas particularidades me ahorraré (porque si comienzo a escribir sobre comida me dará hambre y, pues... no quiero). Al terminar de comer, mis ojos buscaron instintivamente entre las chucherías del kiosko, buscando algo que apeteciera a mi paladar.

Primera nota importante: Hambre, lo que se llama hambre, no tenía. (ver el artículo de antier sobre algo parecido, pero no igual).

Finalmente mis ojos encontraron algo: Brownies. Y con punto de venta disponible. La gloria, pues, o algo muy parecido a ella.

Me acerqué como quien no quiere la cosa y pregunté "señora, ¿a cuánto los brownies?". Ella respondió, "550".

Rápido cálculo mental, seguido por recolección de memorias recientes sobre precios de cosas dulces, otro rápido cálculo mental. "Deme uno" concluí.

Segunda nota importante: Hace más o menos un mes que mi pareja y yo tomamos -robamos- las bolsitas de azúcar de cualquier panadería donde caigamos buscando café con leche porque se nos acabo el azúcar de la casa y, pues, no conseguimos (se agradece no juzgar). Eso quiere decir que, desde hace más o menos un mes, no bebo ni como nada que contenga azúcar refinada. Los precios de tortas, bizcochos, galletas, polvorosas, golfeados y afines, por el momento, son prohibitivos para mi bolsillo, así que nada, café con miel en mi casa, o café sin nada, punto, no se admiten quejas.

Pero hoy andaba de buen humor, y hace poco había cobrado algo, así que me dije, ¿por qué no?

Tercera nota importante: Estaba muy sabroso el brownie. No provocaba compartirlo -no lo hice.

Ahora paso a la fase curiosa de la experiencia.

Durante el resto del día no cesé de buscar dulce donde quiera que fuese. A pesar de haberme acostumbrado a tomar café sin azúcar en la calle para poder sustraer -robar- las bolsitas de azúcar, no pude evitar utilizar una para endulzar un café que no lo requería. No contenta con eso, la vista de un pan con chocolate que un amigo (este ciudadano) estaba comiendo, me hacía agua la boca, me ponía inquieta y lograba que mi vista -de nuevo y con menos dinero que esa mañana- buscara desesperada algo de ¡dulce-dulce-dulce, loqueseaaaaaaaaaaa!

En el siglo XIX hubiese parado en un sanatorio.

Cuarta nota importante: Hacía mucho tiempo que esto no me sucedía. Ni mi barriga ni mi boca buscaban comer dulce a como de lugar desde mucho antes que se acabara el azúcar en mi casa; podía pasar impávida junto a los chocolates con sobreprecio que antes acostumbraba a comer a diario. No sentía ni cosquillas.

Y no quiero implicar, querido lector, que aquel brownie mañanero tuviese alguna droga. En lo absoluto. Pero sí admito que estaba dulcísimo. De hecho, eso fue una de las razones que hicieron que lo devorara en menos de dos minutos (eso y que llamaban ¡Los Teques! ¡Los Teques! ¡Pasaje en mano! desde la puerta de embarque).

Hay un gran movimiento de información que busca crear conciencia en las personas acerca de disminuir el consumo de azúcares refinados en la dieta diaria. No voy a ahondar, no soy dietista, nutricionista ni nada parecido -y, francamente, no tengo moral tampoco. Leí un artículo interesante aquí, lo comparto para quien se sienta interesado en el asunto.

Hubo una época durante mi infancia en la cual tomaba dos refrescos de lata diarios. Luego vino otra marcada por desayunos de chocolate, nescafé y cigarrillos. Finalmente llegó una larga época de gastritis que marcó el cambio que mi pobre y golpeado metabolismo necesitaba.

Quinta y última nota importante: Del pasado reciente agradezco profundamente dos cosas. La primera es que aprendí a valorar algo tan simple como una arepa con mantequilla y queso rallado. La segunda es que aprendí a distinguir entre el hambre y las ganas de comer -no es bueno dejar que se junten, no lo hagan. Complacer ganas de comer vacías es el equivalente de comprarle un perrito nuevo a tu hijo cada vez que se le muere el anterior por falta de cuidados, no va a terminar bien.

El azúcar de esta mañana aún me tiene el cerebro picado, traté de matar las ansias con una guayaba, y más o menos ha funcionado.

La opinión, finalmente, que quiero expresar es la siguiente: Me alegro mucho de que falte todo aquello que no es necesario, así nos damos cuenta y lo dejamos de extrañar.

1 comentario:

  1. Muy bueno el artículo, cosas que le pasan a uno jejeje... la anciedad versus lo necesario

    ResponderEliminar