11 junio, 2016

Opinión N°1 : No me Importa (y a ustedes tampoco)

Confieso que esto de compartir me resulta muy difícil. Desde una galleta hasta mis opiniones, temo quedar corta o con hambre porque conozco bien mi -muy humana- voracidad.

Un día leí una de estas frases espirituales de Rumi, Osho, Dalai Lama o quien sea; parafraseando, decía algo como "utilizar tu fuego para encender la vela de otro, no lo disminuye, sino que aumenta la luz" (muy muy libre parafraseo, pero en esencia, eso es).

Ese pensamiento no se aplica para galletas, pero para opiniones se me ocurre que sí. Hace muchas lunas que escribí la primera entrada de este blog, y también las sucesivas, la verdad es que no sé si opino igual que entonces, o si mi manera de ver las cosas -el punto de encaje- ha cambiado lo suficiente como para tener que borrar esas entradas y pretender que nunca existieron (como el resto de los pasados indeseables que nos esforzamos tanto TANTO en esconder hasta de nosotros mismos). La verdad es que, a parte de egoísta con las galletas, soy un poco floja con eso de barrer bajo la alfombra -si anda alguien mirando bajo mis alfombras, le pasa por metiche el encontrar tanto sucio.

En fin, que quiero intentar eso de compartir luces, por un lado porque me mantiene las manos ocupadas y la culpa por no ser una prolifiquísima -ajá- escritora, en el mínimo; por la otra porque... ¿por qué no? Hay gente mucho más irresponsable allá afuera, publicando pensamientos muchísimo más incendiarios -o de plano más horribles e inhumanos.

Así que, ¿por qué no?

Mis ficciones están en otro lado, en otras páginas, en cuadernos, en hojas sueltas, pero sobretodo en mi cabeza, lentamente digiriéndose. Descubrí que escribir ficción es como tragarse una gema y  translucirla por los poros. Yo soy una persona de velocidades vertiginosas -vertiginosas velocidades-, no cultivo una paciencia acorde a la ficción en blogs, rápido, certero, como lanzar dardos en un bar. Mis cuentos son de lento digerir.

Una de las cosas que me frena a la hora de opinar es el qué dirán (¡JÁ! Como si alguien conocido me leyera). Por ejemplo, opinaría que estoy harta de las noticias. No tengo televisión, no quiero tener televisión, no compro periódicos, no leo los periódicos que circulan gratis, no uso Facebook, no sigo a nadie en Instagram que hable de noticias, actualidades, política ni amarguras afines. Me repele el asunto. Admito que, cada vez que enciendo la laptop con la intención de hacer algo útil con mi existencia, termino en uno de tres portales de noticias, o en los tres si el trabajo por hacer es largo, por puro gusto de no empezar lo que debo empezar (qué animales raros que somos los humanos. Los gatos no se lamen las patas cuando lo que quieren es cazar y tienen a la presa al punto). Usaré el blog para no ver noticias.

Así que, resumiendo, opinión número Uno: La "situación actual del país", como todo el mundo la llama, es sólo eso, el PRESENTE, un tiempo verbal, maravilla de maravillas, que tiene a todo el mundo de cabeza. No me importa si la gente está en paz con su pasado, o tiene el futuro asegurado, si te molesta el presente estás mal,  muy mal, porque ese es el único tiempo verbal en el que las cosas se hacen. Hacia atrás se recuerdan, hacia adelante se planean, pero hacer hacer, eso es ya. Las noticias de "la situación actual del país" cambian según quien las dice, según el cuentacuentos, mercader, detrás de los encabezados, que bastante ficción mezclan con la supuesta crónica, y aderezan con verbos en condicional que nadie entiende, lo que hacen es confundir. El que quiera saber la "situación actual del país" que salga a la calle y mire al rededor. Si no están robando a nadie, respire, todo está bien. Si ninguno de sus vecinos está en los huesos, pasando hambre, pidiendo dinero con la mano extendida, respire, todo está bien. Si en su cocina hay comida, respire, vivirá un día más.

Resulta que esa es la "situación actual", lo que está sucediendo aquí y ahora con usted, con sus seres queridos, con sus vecinos. Poco debería interesarnos una debacle económica que no podemos solucionar; la política está, siempre ha estado y estará siempre (para ella siempre es presente) plagada de información falsa, de promesas falsas, de lenguas viperinas, de dobles intenciones. Parte de la razón por la cual nos aguantamos actitudes que tildamos de atropello, es porque nos las vemos venir, claritas como agua de río, nos conocemos bien. Quien no lo sepa, no pasó por elecciones de delegado de salón en bachillerato si quiera. ¿Para qué amargarse por situaciones fuera de tu control, cuando puedes reír de los amargados?


¿Que estamos mal como colectivo? Mucho.

¿Quejarse y amargarse ayuda? Para nada. Ya que no estamos en posición de solucionar la situación macro, aunque sea (manquesea) no dañes tu situación micro. No llenes los oídos de tu familia con insultos impotentes lanzados hacia gente que no está ahí. No ordenes la economía nacional desde tu sofá, nadie te está preguntando. No destruyas si no tienes la intención y los medios para construir sobre las ruinas.

Mucho ayuda el que poco estorba. Si quiere ser útil, menos quejas y mejor ejemplo.

Y bien, aquí una de esas opiniones mías que cuesta compartir, una lucecita que ojalá prenda un candelero, para que dejemos de quejarnos y de irnos, y comencemos a mover el trasero aquí, en casa, desde el principio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario