17 octubre, 2015

El Monóculo 01-. Digestión de Anna Karenina



Comencé esta tarde, con el crepúsculo y tremendo dolor de espalda, a leer Ana Karenina de Leon Tolstoi. Uno de los grandes, pues (puej), de los más manoseados, degustados y regurgitados. No por ello es malo, ojo, malo es una palabra muy grande para ser bisílaba.


No llevo mucho; hasta ahora sólo me he enterado de que el tal Oblonsky tuvo una aventura con la institutriz y su esposa se enteró gracias a una esquela[1]. No dice de dónde la sacó. De paso digo, el tal Oblonsky me cae bastante mal, no por haberle sido infiel a su esposa, de infidelidades está hecho el ser humano, sino por su manera de justificarlo. Se dice a sí mismo que es un joven de treinta y cuatro, bien parecido, mientras que su esposa, un año menor que él, está envejecida y no despierta en él el amor[2].


Dolly, la esposa, tampoco me cae demasiado bien. Mientras Oblonsky se pasea por la casa acometiendo sus obligaciones matinales (¡oh!, obligaciones), es decir, dejarse afeitar y lavar por su peluquero, en su habitación, dejarse vestir por el mayordomo, tomar el café, el desayuno, otro café mientras lee el periódico y revisar cómo van sus opiniones políticas según las noticias de su partido político... Como decía, mientras Oblonsky hace esto, Daria (Dolly) saca sus peroles del clóset para ver cómo hace para guardarlos y transportarlos, junto con sus cinco hijos, a casa de su mamá. Es hasta gracioso, porque no se decide sino que rumia y rumia posibilidades y excusas, excusas y posibilidades para no irse, para irse, para vengarse, para perdonar, para todas las direcciones al mismo tiempo, como un globo de agua estrellado en la pared.


Luego el cínico de Oblonsky (cínico pero sincero, porque según sus propios pensamientos no va a ir a prometerle amor a quien amor no levanta) reúne (por fin) las fuerzas morales para tocarle la puerta a la esposa. Llama a lo ocurrido un “momento de seducción[3]. Al oírlo, me parece que Dolly le lanza algo… Ah sí, un grito (mejor una silla): “¡Márchese! ¡Márchese de aquí!”. Una mujer Venezolana habría sido más precisa: le habría dicho a dónde, con qué vehículo, con qué equipaje y dónde lo llevaría guardado.


Pero no, esto es la Rusia zarista, más decoro por favor. Daria, mientras sale a trompicones de su habitación (la cual lleva tres días sin compartir con el marido) le grita a Oblonsky que es un “Canalla[4] y luego: “Hoy me he de marchar; usted puede seguir viviendo aquí con su querida[5]”. Esas palabras consternan a Oblonsky, quien se avergüenza de que su mujer sea tan ordinaria[6], podrían haberla escuchado los criados.


Toda esta situación me resulta graciosa por el contraste. No entre ellos, sino entre la obra (de paso tremenda edición, en papel de biblia y demás, como en los buenos tiempos) y lo que hay afuera de la ventana, hoy, que ya no es ocaso sino de noche, pero me sigue doliendo la espalda. Tolstoi me está dibujando a su gente envuelta en una atmósfera de lo que se llama Steampunk, aunque no lo pretenda, ni eso exista en 1873, pero es enteramente inevitable que vea -yo en mi cabecita loca- el reloj de pechera de Oblonsky con Android (porque un aparato sin conexión a internet me resulta tan incomprensible como un salero lleno de agua). Así como es igual de inevitable que, al salir de su casa señorial de techos altos y muchos metros cuadrados, se consiga con la Sociedad (invariable desde siempre) y todo lo que ello implica: moral, ética, religión, política, las cuatro patas del gato (la quinta es uno, que cree que tiene que opinar). Pero, aquí mi punto, señores, seguimos siendo inevitablemente iguales.


Es decir, Oblonsky y Daria podrían ser Maricarmen y Yormaikel. Podría ella haberse enterado de los cachos, podría que ninguno de los dos tuviera a dónde ir, porque viven en la casa de la suegra y no hay pa’ donde. Ni ella lo bota porque no tiene derecho y lo sabe, y porque el muchachero que carga encima no cabe en la casa de su mamá, ni él se va porque no tiene por qué (¡Es su casa si es de su madre, nojod...!) ni la saca para que no fastidie porque se siente culpable. Los hijos, por su puesto lo saben todo aunque nadie les haya dicho nada, ni que fueran brutos, y andan por ahí sueltos sacando conclusiones y desquitándose la impotencia infantil quién sabe con qué animalito callejero. En vez de criados, Maricarmen y Yormaikel tienen panas que les hacen la segunda con las compras, porque con tanto rollo romántico encima quién se va a calar una cola en el supermercado (los niños de cualquier época usan pañales), y a él le da una pena que se enteren de las palabrotas que su mujer se sabe, (¡dios!) que ni él estando borracho tiene tanta imaginación.


Por descontado, ni Oblonsky, ni Daria -ni Maricarmen, ni Yormaikel- trabajan, sino que se encargan de asuntos y charlan con sus amigos -matan tigres y buscan betas- (Creo que en ruso se dice igual).    


A todas estas, están esperando a Anna Arkadievna (asumo que esa es la Karenina, no he llegado hasta ahí), la hermana de Oblonsky que viene, sino expresamente por lo menos como colateral, a ayudar con el asuntillo.

*Prodolzheniye sleduyet* ;)






[1] “¿Esquela?” Le pregunté a gúguel. Él, siempre diligente, contestó: “Tarjeta en la que se notifica la muerte de una persona y el lugar, día y hora del entierro”. También “carta breve que generalmente se doblaba en forma de triángulo”. “Mmm… Interesante” respondí.  

[2] Hijo de p…

[3] Momento de *soblazneniya*, se dice en ruso. Lo aclaro por el cantao.

[4] Negodyay (No, mi copia no está en ruso).

[5] ¿Lyubovnik? ¿Khozyayka? Gran diferencia.

[6] Obychnyy. Vaya usted a saber cómo se pronuncia. 

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