17 junio, 2016

Opinión N° 3: Pal Nolte

Pues sí, me voy de viaje.

(Yeeey)

Es curioso el sentimiento, y complejas las implicaciones. Intentaré ser explícita sin explayarme.

En primer lugar, viajo en avión y hacia el norte, y algo debe saber la CIA porque mi celular inteligente me está dando la temperatura y el clima de mi ciudad de destino, a pesar de que ni siquiera he llegado a la capital. Juro que no le conté a gúguel, no sé cómo se enteró.

No apruebo -para ser exacta, considero de muy mal gusto- que alguien recorra la alfombra roja del aeropuerto exclamando con sorna "al fin salgo desta mierd...". A gente así le digo: si usted vive en la mier, es problema suyo, pero no confunda su casa con mi tierra. Entiendo lo que quiere decir, y confieso que temo -paniqueo- al pensar en lo que me voy a conseguir allá afuera,  porque no es fácil vivir el contraste sin sufrir; contemplar impávida todas las cosas lindas que no somos, que no tenemos, que no sabemos lograr.

Luego me digo: contra la envidia, el orgullo. Acepto que mi deseo más sincero es agarrar todo lo limpio, ordenado, sosegado de la cultura del norte, guardarlo en la maleta y, al regreso, soltarlo todo, y que esos espíritus se apoderen de cada acera, de cada baño público cochino, de cada autobusero ostinado, de cada bachatero y reggaetonero, de cada flojo que espera que el mango le caiga de la mata para comer aunque tenga hambre, de cada mujer grosera con sus hijos... En fin, abriría una Caja de Pandora anglosajona y de clima templado en plena vorágine tropical.

(¿ah? ¿que ya eso se hizo antes? ¿en la conquista? No te creo...)

Al de la Caja lo castigaron los dioses, y bien feo.

No se puede arraigar un frailejón en Maracaibo, ni que le pongas aire acondicionado día y noche.

Lo que sí se puede es ver, absorber y aplicar. Apuesto el lado derecho de mi cerebro a que, de 100 que se quejan de la suciedad de un baño público, 98 no limpian por si mismos el baño de su casa. Lo hará la esposa, la señora de servicio, la mamá, pero no ellos.

A estas alturas, voy en un autobús -Romeo Santos mi eterno e indeseado anfitrión de viaje- hacia Caracas. Veo por la ventana cualquier cantidad de imágenes que borraría del paisaje si dios me pusiera a cargo del photoshop en este rincón de la matrix; son cosas tan simples como basura en las aceras -ojo, yo si barro en mi casa- o paredes deterioradas por el tiempo o por grafittis sin arte, cráteres en las calles que se convierten en charcos que se convierten en basureros que se convierten en mal olor...

Y luego llego a la Autopista, y veo esto:


Y digo: Venezuela es excelente, lo malo es uno.

Somos lo que somos, si nos queremos así, tal cual (ojo, querer es aceptar lo malo, no justificarlo y pretender que es bueno), empezaremos a ser mejores. Esa es mi teoría. Y dudo mucho que terminemos pareciéndonos a los de allá, sólo seremos mejores versiones de lo de aquí

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