04 enero, 2014

Todos los Cuentos son Verdad .3

Por D. Salazar

Estás en hora pico en una zona turbulenta de la ciudad. Tienes que llegar a un sitio antes de que lo cierren y consideras que la forma más rápida de hacerlo es ir en taxi. Paras cualquier carro que pase cerca deseando con fervor que sea eficiente, te subes al asiento trasero sin siquiera preguntar. Dices a dónde vas y te quedas en tu asiento, con los músculos tensos y un ojo en la hora.

Inmediatamente notas algo distinto sobre el carro, sin saber exactamente qué es. El interior está tapizado de ocre viejo, la tela es acolchonada y suave, el tablero da la impresión de ser de madera oscura y la radio es de las que solo sintonizan am. Está impecable e impregnado del olor a ambientador de cereza. Hay una caja de cleenex en el espacio entre los asientos delanteros, perfectamente derecha.

De la caja de cleenex tu mirada vaga hacia la mano sobre la palanca sincrónica, la cual lleva un guante de cuero negro con varios broches de metal que cubre sólo la muñeca, dejando los dedos libres para maniobrar. Buscas la otra mano que descansa sobre el volante y corroboras que también está enguantada, en el trayecto te fijaste en el perfil del hombre.

Calculas que tendrá más de cincuenta, a juzgar por su piel ajada y caída. Su cabello está cortado milimétricamente y calvea en la coronilla. Se le ve recién afeitado. Luego notas por el retrovisor que lleva la mirada fija en el camino, no distrae la vista con anuncios, no la deja descansar sobre un transeúnte mientras el semáforo está en rojo, ni la ves desviada hacia su celular, el cual no ves por ningún lado. Lleva un breve bigote amarilloso y los labios bajo él están serenamente cerrados. Viste una guayabera beige y un pantalón verde botella. Su ropa, aunque vieja a juzgar por su color desvaído, está pulcramente planchada, todos los botones están en su sitio y las solapas de su camisa apuntan al lugar correcto.

A veces nos encontramos con personas particulares en nuestro rodar, caminar o volar por la vida, que nos cuentan todo sin decir una palabra. Nos llaman a leer entre líneas. Esas personas nos dejan pensando en ellas durante horas, meses e incluso años.

¿Y qué haces con eso?

Escribes un artículo a ver si puedes, analizando, entenderlas un poquito más.

Detallando al tipo, lo único que se puede ver es perfección. Normalmente las personas llevamos siempre algún detallito: una arruga, una factura con la marca de la suela de un zapato tirada en la alfombra del asiento trasero, un poquito de polvo en el tablero... Este señor no llevaba nada. Lo detallaste perfectamente y no conseguiste nada.

Eso no es normal.

¿Qué pasa ahí entonces? ¿Quién es este señor con tal necesidad de pulcritud? ¿Qué lo hace ser así?

Las personas somos un conjunto de muchas cosas, como un rompe cabeza compuesto por millones de piezas, estamos formados por incontables influencias, impulsos e interacciones extendidas a lo largo de toda nuestra vida. Lo que sea que nos forma, es inconmensurable. Por lo tanto, cualquier intento de entender a este señor, que obviamente no anda pendiente de si lo entienden o no lo entienden, es un trabajo titánico.

Si intentas darle forma, empezarías por pensar que su necesidad –no puede llamarse de otra manera a tanto cuidado- de pulcritud viene de algún tipo de repulsión especialmente fuerte en él. Si una persona les tiene mucho, mucho miedo a las culebras y vive en el campo, lo más probable es que bañe la casa en creolina y tabaco una vez por semana. Si una persona le tiene mucho, mucho miedo a las alturas, lo más probable es que nunca viva en un piso catorce. Si una persona le tiene mucho, mucho asco al sucio, lo más probable es que se encargue de mantenerlo a raya limpiando su alrededor y aseándose constantemente.

Hay emociones que desarrollan en las personas ciertos hábitos de disciplina, la convierten en necesidad vital. El miedo, la adicción, el asco, el desprecio, son emociones fortísimas que acarrean conductas especiales, dirigidas a mantener alejado o cercano al objeto que las causa.

El empeño que ponemos en las tareas que efectuamos generalmente denotan su importancia.
Si este taxista pone tanto empeño en mantener todo limpio es porque, para él, es sumamente importante. O eso, o es una brillante y sociopática mente, con excesiva consciencia sobre la imagen que proyecta hacia los demás y desea esconder su verdadero ser a toda costa.

Pero este detalle que lograste armar sobre este señor, es sólo un fragmento mínimo del cuento. Su silencio es elocuente y, a la vez, misterioso. Es por ello que pasaste tanto tiempo leyendo entre líneas.

Al final llegaste a tiempo al sitio, el tipo fue eficiente en su trabajo y a ti se te olvidó el estrés mientras estuviste dentro de su ambiente. Como no dijo ni una palabra, no puedes dudar de ella. El tipo te contó su cuento sin siquiera decirte su nombre. No importa lo que conjetures, los cuentos siempre son verdad.

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