04 enero, 2014

Todos los Cuentos son Verdad .2

Por D. Salazar

Vas a un sitio por trabajo, con el tiempo bastante holgado, y andas con pocas ganas de usar el transporte público. Detienes un Chevrolet azul rey con una seña del brazo y éste se orilla. El taxista baja la ventanilla, le dices el sitio, él te dice el precio y subes a la parte trasera.

Y desde ese momento el tipo no para de hablar.

A veces, nos enteramos de cosas de manera involuntaria. Hay gente que nos conseguimos en nuestro caminar, rodar o volar por el mundo que disfruta mucho contando sus cuentos.
El taxista es un hombre cuarentón de cabello y ojos oscuros, es todo lo que puedes ver desde tu posición, eso y un anillo de matrimonio en la mano que lleva el volante. Sus ojos, ocupados en el camino, te miran de vez en cuando por el retrovisor, mientras te cuenta su historia.

Imagina que le prestas atención a lo que dice, en lugar de ensimismarte mirando a la ventana, y te enteras que el tipo conoce a la mitad de las personas que conocen a personas famosas, que se sabe chismes de todas ellas, e incluso chismes del edificio donde trabajas. Te enteras de que tiene casa propia, una profesión que no ejerce desde hace tres años, y un hijo super inteligente; que su esposa tiene una figura hermosísima todavía y él está agradecido de que se haya operado para que no perdiera la figura de modelo de ropa interior. Te enteras de que tiene rencillas con su anterior jefe porque lo despidió injustificadamente del trabajo, aunque conoció a su mujer gracias a que lo despidieron, ahora gana más dinero que antes y es su propio jefe.

Podría continuar por páginas y páginas.

Todo esto te lo cuenta con un toque de dejadez en la voz, un tono de “qué bien estaba antes” y un suspiro guardado en la garganta.

Te enterarías de detalles pormenorizados de todo, absolutamente todo lo que él quisiera contarte. Te enterarías de cosas que no estarían ahora ocupando espacio en tu cerebro si hubieras decidido no prestarle atención y sólo responder “mmm… sí, qué loco, ¿no?”.
Y dudarías en creerle una sola palabra.

En primer lugar, dudarías porque no te mira de frente. Cuando las personas no miran de frente tendemos a desconfiar. Podrías pensar “bueno, no hay forma de que lo haga, tiene que manejar” y le concederías el beneficio de la duda.

Pero luego te das cuenta de que, en segundo lugar, es poco probable que el tipo haya tenido la oportunidad de conocer a las quince personas de la farándula que dice que conoce, y es menos probable aún que los chismes que cuenta sobre ellos sean verdad, entre otras razones porque le contaron que una famosa vedette que aparece desnuda por todas partes es evangélica fervorosa.

Algo no cuadra. Pero le sigues dando el beneficio de la duda, piensas que de casualidades se crean mundos y dices “ok, puede que todo sea verdad”.

Pero te sigue carcomiendo algo: ¿por qué, si lo máximo que le llegaste a preguntar fue “¿cuánto es?”, te dijo todas aquellas cosas?

Parece que no hay respuesta. Una de dos: o el tipo te está contando un cuento o inventándoselo.

La pregunta entonces quizá sea ¿cuál es la diferencia?

Si el taxista, en su día a día, disfruta de contar la historia de su vida a la primera oportunidad es porque la considera especial y digna de compartirse. A fin de cuentas es por eso que se cuentan cuentos. Tú, sin embargo, consideras que no hay nada fuera de lo común en ella, salvo los dudosos encuentros con la farándula, que de paso dan oportunidad de chismear. El taxista podría estar aprovechando la ocasión para ello y, de paso, hacer conversación sobre su vida, retocando algunos detalles para impresionar, para que su historia no suene a lugar común.

Todo apunta a que este cuento es un lugar común.

Sin duda alguna, todos tenemos derecho a retocar nuestra vida, a hacerle algunos arreglos para que suene mejor en los oídos del mundo. Esto revela, sin embargo, cierto aburrimiento, denotado por el suspiro en la garganta y la falta de emoción hacia el futuro de quien piensa “qué bien estaba antes”, porque implica “no estoy tan bien ahora”. Lo más probable es que la imagen que el taxista quería que te llevaras de él no haya sido la que quedó impresa en tu cerebro.

Esa es la diferencia entre contar un cuento e inventarse uno.

A fin de cuentas, aunque lo que el taxista te contó no haya sido verdad, saliste del carro conociendo su cuento, por eso digo que los cuentos siempre son verdad.

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